Emilio Cárdenas Escobosa
El poder termina, pero el recuerdo perdura
Por lo general los políticos dedican su vida a ocupar posiciones de poder, viven con intensidad la emoción de luchar por el próximo cargo, de ganar la siguiente elección, de acomodarse en la nómina gubernamental en posiciones de primer nivel, de gozar las canonjías que representa el ejercicio del cargo, de hacer negocios, de sentirse admirados, adulados y rodeados de su corte.
Es lo natural de quienes viven de y para la política. Se preparan para ello y en muchos casos estudian, adquieren grados académicos, toman cursos de dicción, de oratoria, de manejo de su imagen, de desenvolvimiento ante reporteros y entrevistadores. Se trata de que se muestren como cercanos a la gente, afables, elocuentes, precisos en sus opiniones, certeros en sus juicios, que todo lo saben, seguros de sí mismos y hábiles en el arte de la seducción del gran público, del elector.
Hay, desde luego, muchas mujeres y hombres en el teatro de la política que tienen atributos naturales y habilidades innatas que los orientan sin más a conectar con la gente, son los dueños de ese discreto encanto que se llama carisma y que los vuelve, recordando a Max Weber, en líderes capaces de ejercer dominio sobre los demás. No son muchos con estas características pero andan por ahí, apoyados ahora con la magia del marketing para arrasar en las encuestas y estudios de opinión.
Al final, lo que todos esos prototipos de políticos hacen es vivir a plenitud el camino rumbo a la consagración, el estrellato y la satisfacción de llegar a la meta soñada, llámese la Presidencia de la República, la gubernatura de su estado, la curul o la presidencia municipal. Es más, se ufanan de haber batallado por años y años para alcanzarla.
Pero lo interesante de los políticos es verlos cuando concluyen los ciclos de poder, cuando están por concluir un encargo o, peor aún, al llegar a la banca, a esperar, tejer y operar para lo que viene. Son momentos que los ponen a prueba. Es cuando los asalta la nostalgia del poder.
Se preparan para ser, pero las más de las veces no lo hacen para dejar de ser. Es el dilema de quien ve mermar su poder, de empezar a ser criticado por los mismos que lo adularon hasta la ignominia, de sentir el alejamiento de quienes favoreció y que buscan ahora al que viene. Muerto el Rey, viva el Rey. Difícil asimilar que comienzan a eclipsarse y deben dejar paso al que irá a sucederlos. Es, quizá, la más dura prueba a la que deben someterse en su peregrinar por el proceloso mar de la política.
Esa nostalgia del poder y las ganas de detener el tiempo los llevan a cometer errores, a volverse intolerantes, si no lo eran ya, a recelar de todo y de todos, a buscar traidores, a no vivir en paz, a perder el estilo.
Por ello quien aspira a crecer en la política debe saber que los ciclos de gobierno y de plenitud en el cargo son precisos en su duración y que el tiempo se agota día a día. Es una verdad de Perogrullo, pero todo dura hasta que se acaba, el poder incluido. Y más cuando se trata de periodos breves de poder, como en los estados como Veracruz, donde se ajustó el tiempo de duración del gobierno a dos años, de los cuales el gobierno actual ya ha consumido siete meses, una tercera parte del mandato.
El secreto para salir por la puerta grande y convertirse en el mejor ex presidente, ex gobernador o ex lo que usted quiera, consiste en saber desde el primer día de su gestión, que todo tiene fecha de caducidad.
Por sus obras y acciones los recordaremos, lo mismo por su generosidad, sus ofertas cumplidas o su respuesta real a las demandas de la gente, que por sus excesos, su ambición, su olvido de compromisos, su demagogia, las faltas cometidas o por la palabra dada sin respaldo en los hechos.
Para bien o para mal ese es el equipaje con el que partirán a su siguiente estación y será el capital que habrán de dejar a quien aspire a sucederlo por su partido o las alianzas que lo llevaron al poder.
Eso es, justamente, lo que está por verse para el proceso del 2018 en el país y particularmente en Veracruz.
El poder termina pero el recuerdo perdura.