Nazario Romero Díaz
Dice la historia que muchos de los hombres que combatieron al agrarismo terminaron en ejidatarios y los que combatieron el latifundismo terminaron como latifundistas.
Tal fue el caso de don Manuel Armenta Garrido, quien como general del ejército zapatista participó en cruentas batallas, voló puentes y trenes, pero terminó dueño de varias haciendas ubicadas entre Juchique de Ferrer y Vega de Alatorre, según nos cuenta Rafael Viveros Díaz en su libro Ce-XUCHIC-C (en forma de flor), pesquisa de la historia de Juchique.
El caudillo del sur, Emiliano Zapata, le otorgó el grado de general brigadier tras los combates librados en Jesús Carranza, Las Vigas y Alto Lucero. Tenía a su mando más de mil hombres en la zona de Juchique de Ferrer y al final decidió establecerse en Plan de las Hayas, cantón de Misantla, apunta Viveros, y añade que don Manuel Armenta Garrido estableció su propio gobierno cuando en aquel tiempo cambiaban gobernadores cada rato, pues de 1905 a 1920 hubo en el estado de Veracruz 41 gobernadores, incluido Armenta en el cantón de Misantla, donde llegó a emitir sus propios billetes de 5, 10, 20 y hasta de cincuenta y cien pesos, que la gente llamaba «pichones» o «sábanas» porque eran blancos y de gran tamaño.
El general Armenta fue propietario de cien mil hectáreas de tierra, donde se asentaban las fincas y haciendas Villa Rica, Manantiales, San José Buenavista, El Chamalote y Tacahuite, entre otras, todas grandes productoras de ganado y café.
Todo marchaba bien para el señor Armenta hasta la llegada al poder estatal del coronel Adalberto Tejeda, quien emprendió una feroz lucha contra el latifundismo, fomentando la creación de ejidos, secundado en esa región por el valiente luchador Carolino Anaya, que posteriormente murió ejecutado por la temible organización criminal de la «Mano Negra» que dirigía desde Almolonga Manuel Parra Mata.
Al ver que su patrimonio, producto de muchos años de esfuerzo, lucha y sacrificios, se perdía, don Manuel Armenta se retiró a la ciudad de Puebla, donde murió el 27 de junio de 1927, cuando ya sus latifundios estaban convertidos en parcelas ejidales, lo cual ni la Mano Negra pudo frenar o evitar con las armas.
La muerte nunca llega sola; con ella surgen las virtudes, los afectos, los defectos, aprecios y desprecios y don Manuel Armenta no fue la excepción; tuvo muchos amigos y también enemigos.
Don Benito y Mauro Báez, padre e hijo, comentaban que fueron trabajadores de don Manuel y que se decía que el patrón tenía cincuenta hijos con varias mujeres de la región y que a todos alcanzó a heredar repartiendo toda su fortuna antes de morir.
La historia oficial de Veracruz no registra ningún dato del Gobierno que tuvo Armenta en el cantón de Misantla, tampoco del operador y jefe máximo de la «Mano Negra», Manuel Parra, quién disfrutó de la tolerancia, apoyo y complicidad de los gobiernos Federal y del Estado de su tiempo, con excepción de Tejeda.
Manuel Parra falleció en 1943 y fue entonces cuando el Presidente de la República, General Manuel Ávila Camacho, a la mitad de su gobierno, ordenó la cacería y exterminio del centenar de pistoleros que seguían operando por su cuenta a pesar de que su jefe ya había muerto.
Muchos delincuentes cayeron abatidos por los soldados del Quinto Regimiento de Caballería; otros murieron desbarrancados de la azotea del cuartel militar cuando trataban de huir y otros más se fueron huyendo para nunca volver; se cambiaron nombres y se convirtieron en blancas palomas.
Muchos cabecillas se mataron entre ellos; nada quedó de la tristemente célebre «Mano Negra», cuya historia se conoce sólo por la memoria de los muchos testigos que presenciaron o supieron de los crímenes de esos bandoleros que operaron en casi todo el territorio veracruzano.