Ofrecen alcaldía a ex presidente de la República
Nazario Romero Díaz
Los alcaldes de Martínez de la Torre que lograron mayor trascendencia fueron los que fungieron a partir de la década de los años cuarentas, ya que en ella, este municipio empieza a cobrar fama por el hecho de que los Ávila Camacho tenían propiedades aquí y ya ocupaban el poder federal, ya que don Manuel, don Maximino, don Rafael y don Gabriel eran militares y políticos.
En esa década, los presidentes municipales vivieron la transformación del rancho que era Martínez, en nueva ciudad con futuro halagüeño.
Roberto Grajales, Claudio Couturier y Miguel Melgarejo gobernaron el municipio en los cuarentas. Los tres llegaron al poder con el “visto bueno” de don Manuel Ávila Camacho, presidente de la República.
En 1946, cuando don Manuel entregó la presidencia de la República a Miguel Alemán Valdés, llegó junto con su esposa, doña Soledad Orozco, a descansar una corta temporada a su hacienda “La Soledad”, con el consecuente beneplácito de la población.
Ya como ex-presidente, él y su esposa acudían a Martínez de la Torre, solitarios, caminando, sin que nadie los molestara, pues antes no había pedigüeños, como ahora, en que cualquier político encumbrado o persona adinerada es acosada y perseguida con peticiones de todas clases.
Don Manuel y doña “Chole” paseaban por el parque como cualquier pareja desconocida, y eso les gustaba a ambos. Sus amigos, que eran muchos, lo saludaban cortésmente y luego se retiraban.
Cuando venían al pueblo, no traían guaruras (como les llaman ahora a los guardias personales) porque no se usaban, y menos don Manuel, que siempre andaba con mucha confianza en este pueblo, que era el suyo, ya que aquí pasó parte de su niñez.
Las familias principales de aquel entonces, los comerciantes, empresarios, agricultores y ganaderos, se reunieron una tarde de 1949 y acordaron pedir a don Manuel Ávila Camacho, ex-presidente de la República, que aceptara ser ¡presidente municipal de Martínez de la Torre!
Con sorpresa, don Manuel escuchó la propuesta y petición, pero de inmediato la rechazó afablemente.
Querían los martinenses de aquellos tiempos que este municipio fuera gobernado por un ex-presidente de la República, lo cual hubiera sido un honor histórico y extraordinario.
Les dijo sentirse honrado con tal oferta y declinó a favor de una persona de su confianza absoluta, que era el General José B. Reyes Esquivel, a la sazón comandante del Quinto Regimiento de Caballería.
Fue así como el General Reyes hubo de separarse del servicio militar para incorporarse a la vida civil de presidente municipal. Así llegó a la alcaldía por la puerta grande, sin oposición y por consenso. Nadie le puso “pero”.
En 1950, el ex-comandante del Quinto Regimiento, general José B. Reyes Esquivel, asumió el poder municipal con el fuete en la mano.
Su hijo “Pepe”, secretario del ayuntamiento.
El comandante de la policía municipal, un oficial del ejército.
Los policías: soldados de la misma corporación.
Llegó el general Reyes a la presidencia municipal y llegó la mano dura, la firmeza y el “coco” de la delincuencia.
Todos “derechitos”… “cuentas claras y chocolate espeso”, la disciplina en el palacio era la disciplina militar.
Todos puntuales, derechos y cumplidos, nada de fugas y malos manejos, honestidad en todas las funciones de las dependencias del ayuntamiento.
Había que cumplir al pié de la letra las recomendaciones de don Manuel Ávila Camacho.
El Delegado de Tránsito era José Madrid Ferral, quien abanderaba personalmente (ya que no tenía agentes a quienes mandar) las partidas de ganado de la finca La Soledad a los alejados potreros a través de la carretera federal que ya había sido construida.
Para la elección de los miembros de la Junta de Mejoramiento Moral Cívico y Material, el General Reyes convocó a la población a una reunión en la sala de cabildos. Todos los invitados acudieron puntualmente a la cita. Ya en la sala, salió de su despacho para arengarlos sobre los objetivos del organismo.
Y para finalizar les dijo: “elijan al presidente, al secretario y a los vocales, que yo soy el tesorero”. Enseguida les pidió disculpas por retirarse y se fue a su despacho.
De esta manera se integraron todos los organismos de aquellos tiempos.
El General Reyes fue el único militar que llegó a presidente municipal y nunca andaba armado.
El vez de pistola usaba siempre un fuete, que es un alambre de acero flexible, forrado y entretejido con cuero duro tipo “baqueta” y delgadas puntas.
Los sujetos que caían a la cárcel municipal por haber cometido algún delito recibían una buena “fuetiza” a manos del militar.
En la misma forma desalojaba de las banquetas a los puesteros ambulantes que se establecían caprichosamente en el centro, sin el correspondiente permiso de la autoridad municipal.
Los organismos sociales que hacían festejos o colectas para la realización de determinada obra, tenían la obligación de depositar los fondos recaudados en la tesorería municipal, que era algo asi como la Tesorería Mayor del municipio, para la custodia de los dineros. Nunca permitió abusos ni compartió el poder con nadie y el pueblo tuvo tranquilidad y paz.
El general Reyes también fue un inspirado compositor, y entre sus obras literarias figura aquella marcha casi olvidada por los martinenses que se llama “Alegres Martinenses”, la cual era de ejecución obligada en todos los actos cívicos y sociales que se efectuaron durante su mandato. “Alegres Martinenses” figuró en el repertorio de todos los músicos de ese tiempo.
Esa marcha la tocaba todavía con la armónica hace pocos años el finado “Cuate Serrano”, y la sigue tocando el popular “Manilla” que dirige la famosa Sonora Callejera.