Entre el lodo y el lente: dos maneras de entender la política
Carlos V. Corona
Las recientes inundaciones en Veracruz no solo dejaron destrucción y pérdidas materiales. También dejaron al descubierto la diferencia entre quienes ven la política como un espacio de servicio y quienes la reducen a una sesión fotográfica con guion prefabricado.
En los días más difíciles, cuando el agua apenas comenzaba a descender y las familias intentaban rescatar lo poco que les quedaba, algunos políticos vieron en la tragedia una oportunidad para mostrarse “solidarios”. Entre ellos, Héctor Yunes Landa, veterano del priismo veracruzano, reapareció en las zonas afectadas rodeado de cámaras, fotógrafos y asistentes. Llegó, dicen, con más producción que ayuda: unas pocas despensas y un discurso reciclado de sus campañas anteriores.
El gesto no pasó desapercibido, pero tampoco fue bien recibido. La gente lo observó, lo escuchó, y simplemente siguió con su trabajo. En tiempos de crisis, la población distingue entre la ayuda auténtica y el espectáculo político. Yunes, acostumbrado al reflector, descubrió que la luz también puede exhibir, no solo iluminar.
A kilómetros de distancia, otra escena contrastaba por completo. Esteban Bautista, diputado surgido de comunidades indígenas, se arremangaba la camisa y tomaba una pala. No había fotógrafos ni discursos, solo trabajo. Lo vieron cargar escombros, repartir alimentos y acompañar a las familias afectadas. Sin poses ni micrófonos, cumplió con lo que la ciudadanía espera de sus representantes: presencia, empatía y acción.
La diferencia entre ambos no está en el cargo, sino en el concepto de servicio público. Bautista proviene del pueblo, y por eso no necesita intérpretes para entender el dolor ajeno. En cambio, Yunes parece hablar un idioma que la gente ya no escucha: el de la política que busca aplausos y trending topics, no resultados.
En medio del desastre, la comparación fue inevitable: la política del lodo frente a la política del lente. Unos se embarran las manos para ayudar, otros se arreglan el peinado para salir bien en cámara. Unos limpian calles, otros ensucian la confianza ciudadana.
Y mientras el lodo se seca y las aguas retroceden, queda una lección que el tiempo difícilmente borrará: en los momentos de emergencia, los discursos se hunden, pero las acciones flotan. El pueblo no olvida quién trajo una escoba para la foto y quién se arremangó para limpiar de verdad.
Al final, la diferencia se mide en los detalles: las botas limpias y relucientes del político que fue a posar, frente a las botas llenas de lodo de quien decidió servir. Esa es, quizá, la verdadera frontera entre la política vacía y la que todavía tiene dignidad.