El último silbido: oficio en desaparición

Juan David Castilla

El sonido es un fantasma. Un silbido agudo, penetrante, que durante décadas fue la banda sonora de la noche y el anuncio de un calor dulce. Ese es el sonido del carrito de plátanos y camotes asados, un eco que podría desvanecerse para siempre.

En medio de la modernidad, don Fermín de Lázaro Vázquez, originario de Perote, se alza como la segunda generación de guardianes de este oficio ambulante.

Hace 20 años tomó el relevo de su padre y su tío, quienes dedicaron más de tres décadas a esta labor. Hoy, con su carrito de vapor recorriendo Coatepec, Xalapa y Orizaba, no transporta solo fruta cocida; lleva a cuestas una tradición que se resiste a morir.

«Los jóvenes prefieren las hamburguesas y las pizzas, ya no conocen lo que es un plátano o un camote asado”, lamenta Fermín, mientras el vapor escapa de su ingeniosa máquina.

El día de don Fermín es largo y lleno de rituales: comprar la fruta, lavarla, acomodarla sobre cáscaras para protegerla y esperar dos horas a que el vapor haga su magia. Luego, sale a la calle, lejos de su familia, enfrentando la soledad de la noche y el riesgo de los asaltos.

Recuerda a su padre, quien perdió la vista por la diabetes, pero que, de poder, seguiría empujando. «Aunque es un trabajo duro, es honrado», dice con una dignidad palpable. Su súplica no es solo por una venta, sino por la supervivencia de una cultura. El silbido que antes sacaba a los niños a la banqueta es hoy ignorado.

«Sigan consumiendo lo nuestro, porque cuando se acabe, ya no habrá quien lo siga, este oficio se muere si la gente deja de escucharnos y de comprarnos”, narra.

El eco del silbido de don Fermín, ese que promete un bocado de calidez ancestral, es un recordatorio urgente: la próxima vez que lo escuchemos, podría ser la última.