Hora cero
Diez Francos y el culto a la personalidad
Luis Alberto Romero
En Orizaba, el cierre del tercer periodo de Juan Manuel Diez Francos al frente del ayuntamiento ha venido acompañado de una escena que invita a la reflexión: mantas de agradecimiento, expresiones públicas organizadas y hasta desfiles que exaltan su gestión como si se tratara de una hazaña personal más que de un ejercicio de gobierno.
Nadie discute que el alcalde saliente cuente con reconocimiento social ni que su administración haya dejado huella en el municipio; sin embargo, cuando el elogio se promueve desde el propio poder y se convierte en espectáculo, se cruza una línea delicada entre la valoración ciudadana y la autopromoción.
Gobernar bien no debería requerir escenografías de gratitud ni mensajes pagados que refuercen la imagen del gobernante saliente.
Diez Francos es visto por muchos como un líder político regional, una figura dominante que ha sabido construir control y respaldo en su entorno inmediato.
Ese capital político debería bastar para que su legado sea evaluado con serenidad por la historia local y por los ciudadanos, sin necesidad de rituales de reconocimiento impulsados desde la estructura municipal.
Aquí surge una duda razonable: ¿qué familia invierte en el pago de lonas o en pauta en redes sociales para agradecer y elogiar al alcalde que se va?; es decir, ¿quién pagó por esas expresiones?; ¿de verdad fueron “espontáneas?
El problema no es el agradecimiento genuino de la gente, sino la institucionalización del aplauso, que suele desdibujar la frontera entre el servicio público y el culto personal, y que envía un mensaje equivocado sobre el sentido del poder.
El culto a la personalidad es una tentación recurrente en la política mexicana, sobre todo en espacios donde el liderazgo se prolonga en el tiempo y se confunde con la idea de orden, progreso o estabilidad.
Cuando la figura del gobernante ocupa el centro de la narrativa, las instituciones pasan a segundo plano y la gestión pública se mide más por la imagen que por la rendición de cuentas.
La gente de Orizaba merece un debate más profundo sobre sus avances y pendientes, no ceremonias de autocomplacencia.
Al final, el mejor reconocimiento para cualquier autoridad no son las mantas ni los desfiles “espontáneos” de agradecimiento, sino la capacidad de retirarse del cargo dejando obras, que las hay, progreso y desarrollo.
El problema es que cuando desde el poder se alienta la propaganda que tiende a dar un trato casi mesiánico al alcalde saliente, pareciera que es más importante el edil que la propia institución municipal.
Diez Francos tiene boleto pagado en el tren de la historia regional de Orizaba; no necesita exhibir sus ansias de reconocimiento.
@luisromero85



